El corazón de un gato

Era una tarde de invierno, cuando Ana vio una gata amamantando a su camada de cachorros recién nacidos en la esquina de un garaje cercano a su casa. En vista de la tormenta que se avecinaba, Ana, sin dudarlo, decidió rescatarlos y darles refugio en su pequeño apartamento hasta que les encontrara un hogar definitivo a cada uno de ellos. Había un gato rubio, uno negro y dos blancos y atigrados que no se separaban ni un momento el uno del otro. Esta es la historia del destino de estos dos gatos hermanos, la historia de nuestros queridísimos Simba y Breiky.
Simba cabía en la palma de una mano cuando Susana, que por aquel entonces tenía tan solo catorce años, pensó que quizá sus padres le darían permiso para compartir su casa con ellos. Y así fue, los padres se encariñaron con Simba nada más verle y, como ocurre con los bebés humanos, cuando fue adoptado, pasó a formar parte de su familia por siempre jamás. Simba vivía con Susana y sus otros hermanos animales y humanos, siempre juntos, en lo bueno y en lo malo.
A Breiky lo recogió una pareja joven, por la que el gato sintió desde el primer instante una lealtad y un cariño incondicionales, como miembros de su manada y padres humanos que eran.
Simba y Breiky saltaban la verja de sus respectivos jardines todos los días para estar juntos. Jugaban, correteaban y tomaban el sol sobre el césped en la mejor compañía.
Un día, los padres de Breiky recibieron con alegría la noticia de que iban a tener un cachorro humano. El gati, con su habilidad felina para captar las emociones de las personas, supo que algo bueno iba a ocurrir y se alegró con la misma intensidad que lo hacían sus padres. Sin embargo, estos empezaron a escuchar los rumores de otros padres humanos que decían que los gatos eran seres envidiosos que podían atacar a los bebés humanos por la noche, que los niños podían padecer enfermedades terribles a causa de la presencia de un gato en la casa, y poco a poco, el cariño que sentían por Breiky se fue transformando en desconfianza y distanciamiento.
Cuando nació la hermana humana de Breiky, el gato se posaba cerca de su cunita para cuidarla y recrearse en su inocente y dulce olor a bebé. Los padres, cegados por el miedo y la ignorancia de los cuchicheos de los otros humanos, decidieron que Breiky ya no era un ser querido y se lo llevaron al refugio de gatos más cercano. En el fondo, ellos sabían que lo que hacían con el animal era algo horrible, así que de vez en cuando le iban a visitar a Amigat para calmar su culpa. Pero el daño que causaron en el corazón de Breiky fue irreparable, se sintió abandonado, tirado a la calle, despreciado por sus padres. En lo más hondo de su fiel y puro corazón de gato se quedó la tristeza. Breiky dejó de comer en el refugio, esperando que en la siguiente visita sus padres le llevaran de nuevo a casa, pero esto nunca ocurrió. A pesar de los mimos y las atenciones que recibía de los voluntarios y toda las personas que estaban empeñadas en que Breiky sobreviviera a la tristeza, nada pudieron hacer por él y su gran corazón de gato.
Y así es como Simba, cada noche mira desde la ventana del cuarto de Susana y maulla llamando a su hermano querido. Él no entiende las cosas que hacen algunos humanos y pide explicaciones al cielo.
Una noche de Luna llena, ésta le respondió: "no te apenes Simba, tu hermano donde está ya no sufre, me da recuerdos para ti y todas las personas que sienten el amor de los animales en su corazón".


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